El capítulo primero, El pachuco y otros extremos, nos enseña una reflexión sobre el ser mexicano tomando un modelo que se encuentra escindido de su suelo, de su ambiente, y en torno a esta figura plantea su tesis sobre la soledad que estaría en lugar del sentimiento de inferioridad que Samuel Ramos manejaba en El perfil del hombre y la cultura en México. Y en el episodio final, Octavio Paz cierra sobre la misma idea de la soledad desde una perspectiva del dialecto de lo histórico y lo mítico.
En los primeros capítulos su marco de estudio es México y el mexicano, buscando siempre la figura del otro con quien contrastar las diferencias que lo identifican. En primera instancia, el otro es el norteamericano, y más adelante, el sudamericano. Pero luego el otro es el europeo, ante el cual ya no sólo le basta diferenciarse, sino que le preocupa lo que crea, piense y diga de él: “No somos francos, pero nuestra sinceridad puede llegar a extremos que horrorizarían a un europeo” y luego dice “el esplendor convulso o solemne de nuestras fiestas, el culto a la muerte, acaban por desconcertar al extranjero".
En lo que se refiere a la sociedad mexicana que para Paz parece ser sólo la integrada por hombres (entiéndase varones), o acerca de su concepto sobre lo moderno.
Otros críticos se han encargado también de cuestionar, en algunas ocasiones de manera profunda, este ensayo.
Zavala señala que “ya desde la selección de este título para el libro, Bartra cumple la intención de desconstruir los textos canónicos acerca de la llamada identidad nacional. El título -afirma- puede ser leído como una parodia del famoso libro de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, originalmente publicado en 1950, considerado como el libro canónico sobre este tema”.
Queremos incluir, además, un interesante comentario de Edgar Llinás que dice, a propósito de estudios como el ensayo de Samuel Ramos y Octavio Paz, que “una gran mayoría de los estudios hasta ahora realizados sobre la identidad mexicana pecan de cierto negativismo. Que sufrimos un complejo de inferioridad, que vivimos las consecuencias del pecado de la Malinche, que como somos resultado de la mezcla entre el indio y el español... etc., etc...” Estas auscultaciones, agrega Llinás, “pudieron haber sido necesarias, pero ya es tiempo de que demos un paso adelante, que asimilemos nuestro pasado, como dice Zea, y en vez de pasar el tiempo como el consabido neurótico, repitiendo todas las cosas por las cuales no servimos, nos concentremos en ser y hacer aquello que sí podemos ser y hacer bien”.
Terminamos este acercamiento con la respuesta que Octavio Paz da a la pregunta sobre la identidad que se le hizo en una entrevista a finales de 1991: “No me gusta la palabra identidad. Aún menos la frase de moda: ‘búsqueda de la identidad’”.
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